Porción 68

Texto áureo: Levíticos 6-8​
Lecturas para adultos en la semana

Día 1: Levíticos 6:1-7:18

Día 2: Levíticos 7:19-8:35

Día 3: Salmo 2

Día 4: Salmo 100

Día 5: Lamentaciones 4-5

Día 6: Marco 7

    I- Dependencia y compromiso a Dios.

    Hay dos frases que se repiten en todo el texto de esta porción, una es «delante de Dios», que apunta a que siempre se está delante de Él sin importar que lo sienta o no. La otra frase es «para Dios», que señala el hacer las cosas para Él.

    Esto último es sumamente importante, pues muchas veces se corre el peligro de querer impactar o quedar bien con la persona que nos instruye o que nos liderea. Corriendo el riesgo de perder de vista el tener una conciencia definida a una dependencia y responsabilidad ante y para Dios principalmente. No es despreciar o faltar el respeto a esos siervos de Dios que nos han instruido, pues por ser siervos de Dios conocen que esto es lo mejor para nosotros, sino aprender de ellos también esa dependencia a Dios que tuvieron ellos.

    Hay una realidad que debemos entender. El ser humano es complejo y si una persona durante muchos años sirvió a otros dioses, el único que puede saber si ahora en Dios no está mezclando la verdad bíblica con lo pagano es el propio Dios, que conoce su corazón. Los profetas confirmaron esto cuando dijeron: «Maldito el varón que confía en el hombre» (Jr 17:5). Aun cuando sea una persona nacida e instruida en el evangelio ciento por ciento, estará corriendo el riesgo de ser discípulo de alguien que de alguna manera ha recibido influencia pagana, o que las enseñanzas del mundo también pudieran haberle influido. Por eso lo más seguro para todo el que desea obedecer ciento por ciento a Dios en su Palabra es que, aunque se escuchen las “sugerencias” de todos los hombres santos que conocemos, nuestra dependencia y compromiso fundamental sea con Dios.

    II- Agradecidos por hacernos cercanos a Él.

    La palabra hebrea todah, que se traduce como ‘gracias’ (Lv 7:12) viene de una raíz que significa ‘agradecer’ y ‘reconocer’, o sea que se da gracias cuando se está agradeciendo algo que se ha hecho hacia una u otra persona “cercana”. Interesantemente es la misma raíz de la palabra yehudí (judío), es decir que un judío debía ser alguien agradecido totalmente a Dios por cerca que está de Él. Por eso este nombre se volvió común y es aceptado por cualquier israelita aun cuando no sea de esa tribu específicamente.

    De igual manera los extranjeros que venían a formar parte de Israel, por conversión, eran insertados en esta tribu, pues era una manera de mostrar agradecimiento por su arrepentimiento[1]

    III- El fuego.

    El fuego encendido permanentemente indica que el corazón del creyente debe estar en un fuego constante hacia el Señor. Esto solo se puede lograr como consecuencia de la acción de Dios, a través del Espíritu Santo, en su corazón.

    IV- El jametz.

    Aunque en estos pasajes se habla de «sin levadura», esta es una traducción que hace perder mucho la esencia que transmite Dios con esto. La palabra hebrea aquí es jametz que hace referencia a una fermentación u oxidación que ocurre a cinco cereales específicos (trigo, cebada, centeno, avena, espelta), que Dios prohibía que estuviera dentro del tabernáculo y después en el templo.  Es la misma fermentación a que se refiere la fermentación de la fiesta de Matzot (panes sin fermentar).

    V- El pan.

    Dios no pretendía que se interpretara que el pan era para que Él comiera, algo muy común en otras religiones que tenían un ritual parecido en donde ponían alimento a sus dioses, sino que era una forma de enseñar que la ofrenda para Dios era especial. Nadie podía cuestionar, si se echaba a perder o para qué Dios la quería, sino simplemente se debía razonar que, si Él lo pedía, eso era suficiente para obedecer. Y no porque sea una fe ciega, aunque es preferible ser ciego que desobediente[2], sino porque aquello que se ofrendaba ya no pertenecía al oferente, sino a Dios. Cuestionar a Dios en cuanto a por qué pide algo es tan malo como no ofrecerlo.

    VI- Manos limpias.

    Las manos limpias de los sacerdotes nos introducen en un tema muy descuidado en la actualidad, pues a veces pensamos que lo importante es solamente la limpieza del corazón. Claro está, esto es lo fundamental, pero Dios podía haber dicho que los sacerdotes lo hicieran con corazón limpio y ya. Sin embargo, Él pide que se laven las manos.

    Hay un principio en esto: “Lo exterior transmite un mensaje de lo que hay en el interior”. Por ejemplo, una persona que cante a Dios para guiar o hacer reflexionar a otros debe hacerlo de corazón. Si no es así, lo mejor es que no cante. Ahora, si dicha persona va a cantar a Dios en este ministerio especial, quizás a tiempo completo, debe hacerlo con excelencia. Si no sabe cantar, si no es capaz de prepararse lo mejor es que sirva a Dios con todo su corazón en el área que sabe hacerlo[3].

    Preguntas:

    1.- ¿Cómo cree usted que debería ser la actitud de todo aquel que hiciera holocaustos o cualquier servicio a Dios?

    2.- ¿Qué diferencia encuentra usted entre las frases “alabar a Dios porque es bueno” y “alabar bien porque Él es Dios”?

    3.- Aunque hay una sola palabra en español para ‘ofrenda’, en hebreo encontramos varias: olá (ofrenda quemada totalmente), minjá (ofrenda de harina), shelamim (ofrenda de paz), jatat (ofrenda por el pecado) y asham (ofrenda por la iniquidad). Investigue las diferencias que se encuentran entre ellas.

     

    [1] Rut 4:13-22. La moabita fue insertada en la tribu de Judá y por ella el rey David es judío, y aún Jesús viene de su descendencia.

    [2] Mt 9:47.

    [3] Esto no tiene que ver con la alabanza que hacemos de forma individual a Dios, sino con la que se hace al frente de otros. Claro está, si en una congregación no hay nadie que sepa cantar, lo mejor sería que alguien, aunque no sepa hacerlo, lo haga. Esto último debe hacerse siempre con la expectativa de que al aparecer uno que Dios le haya dotado o preparado en este sentido, lo haga. Ver Libro 2 de DAC, Un manual que favorece la edificación de la iglesia, KDP (ISBN-13: 978-1686657566).

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