La fragmentación es un fenómeno que se extendió a varias esferas de la vida social a comienzos del siglo XX a través del arte. Este fenómeno dio lugar a la posibilidad de representar la verdad, la vida e incluso la realidad objetiva desde la perspectiva individual. Esta fragmentación sería lo que definiría la modernidad y analizarlo podría alumbrarnos en muchas áreas importantes que condicionan al hombre moderno y sus tendencias. Como proceso espontaneo, analizaremos qué le precedió y por qué se dio lugar a este fenómeno que ha impactado hasta nuestros días para luego enfocarnos en su análisis y consecuencias. Para esto partiremos de finales del siglo XIX, en donde surgió una nueva corriente filosófica en la pintura llamada «Impresionismo».
Francis Schaeffer en su libro ¿Cómo debemos vivir entonces?, dice al respecto: «El Impresionismo es pues una corriente renovadora e innovadora, no sólo de la técnica, sino de la esencia misma del arte pictórico. Según los impresionistas no existe ningún objeto de un color determinado; el color de un objeto depende de la inclinación y modo con que recibe la luz, de su intensidad y de la refracción de los colores vecinos. Pintaban lo que le impresionaba a la vista.» (pág. 60). A través de esta nueva tendencia en el pensamiento humano que dependía totalmente de la “impresión” del autor surge un nuevo periodo que sería llamado: La era moderna.
Como vimos, esta era o época moderna, ya no iba a depender necesariamente de la realidad de las cosas, sino más bien de la inclinación o punto de vista del autor o del individuo. Es así como se abren las puertas a la redefinición e innovación del mundo desde una perspectiva individualista. En poco tiempo, este impresionismo artístico se vio desplazado debido a su propio desarrollo. Lo que había comenzado por una impresión respecto a la luz en un objeto, pronto se convirtió en una herramienta para la creación de nuevas realidades respecto a la impresión de cada pintor. O sea, que ahora cada uno podría crear su propio mundo según su impresión, análisis o deseo, aun cuando la realidad tangible y objetiva del mundo no estuviese presente. De esta forma el impresionismo salió del aspecto de la reflexión de una luz hacia un objeto, para entrar en una nueva etapa en donde la impresión comenzaría en la mente del artista y no según un hecho tangible o real.
A esta nueva etapa se le denominó Postimpresionismo, en donde la realidad podría ser cambiada por el individuo y sus ideas llegando así incluso a lo irreal. Por tanto, ya no era necesario depender de las características objetivas de la realidad. De esta manera, muchos artistas percatándose de las consecuencias de la nueva tendencia, intentaron encontrar la realidad nuevamente en los individuales, pensando que esta sería una solución a la pérdida de los valores absolutos que venía desarrollándose en el mundo intelectual desde hacía siglos. Sin embargo, aquel Postimpresionismo había calado tan rápidamente en todas las esferas del pensamiento que, como dice un dicho callejero: “Fue peor el remedio que la enfermedad”.
Las consecuencias de acudir a los particulares o individuales en búsqueda de la realidad, trajo entonces como consecuencia que el Postimpresionismo fuera más allá de las fronteras del arte, para entonces convertirse en lo que llegaría a ser la línea de pensamiento que determinaría la realidad. Y esto ha sido tan influyente que incluso seguimos viviéndolo hoy en pleno siglo XXI. Entonces, ese acudir constante y absolutamente a los particulares abrió las puertas a que todo se fragmentara en un infinito de particulares, incluyendo aquellas cosas intangibles como, por ejemplo: la moral y hasta todo aquello que regía al hombre hasta ese momento.
Es innegable también señalar que la fragmentación en las diferentes esferas de la vida trajo mucho desarrollo. Por ejemplo, esta línea de pensamiento ayudaría en las ciencias y en los estudios de diversos ámbitos para una mejor comprensión de todo aquello que al hombre le causara curiosidad, surgiendo de ahí lo que se conoce hoy como los diferentes equipos de trabajo, en donde al fragmentar una unidad determinada podían encargarse de una de esas fragmentaciones con más cuidado y así dedicarle toda la energía posible. Y como consecuencia ha habido un gran avance porque cada equipo se especializaba en un área llegando así a muchas conclusiones que permitían un gran avance y desarrollo. Y por eso vamos a ver que de ahí surgen todo tipo de descubrimientos de sustancias, medicamentos, enfermedades, tecnología, la economía, etc.
¿Pero cuál sería entonces el problema con la fragmentación? Pues que cuando comienzas a fragmentarlo todo, sin ningún tipo de límites, no tan solo puedes desvincular a cada particular de su unidad o conjunto original, creando así algo completamente nuevo, sino que también se comienza a dividir el sentido de responsabilidad e influencia con respecto al resultado según la unidad fragmentada. Por eso como mismo pueden ser creadas cosas muy beneficiosas, también se crean nuevas realidades y conflictos a partir de la fragmentación. El tratar de crear una nueva realidad a partir de fragmentaciones de una unidad, no garantiza que dicha realidad pueda ser alcanzada, sino que se pudiera estar creando un desastre inminente. Por ejemplo, gracias a estas fragmentaciones e investigaciones, el hombre fue capaz de crear productos medicinales o de uso estéticos, pero si no se conectan con toda una complejidad de estructuras y funciones en la que ellas se desenvuelven se quedan sin las consecuencias de tales invenciones inmediatamente, y sus resultados pueden ser fulminantes como es el caso de un cáncer o cualquier efecto secundario que solo se ven en futuro cuando ese conjunto en que se encuentra el particular comienza a responder a su interconexión y en muchas ocasiones ya no hay solución.
Ahora bien, como mismo tenemos este tipo de fenómenos en el aspecto material, el ser humano comenzó a usar la fragmentación para estudios y análisis filosóficos. La búsqueda de la verdad y la definición de la moral, entre otros aspectos importantes se comenzaron a fragmentar. De igual manera se lograron muchos avances en cuanto a ciertos temas complejos, pero en muchas ocasiones olvidando la unidad de tales fragmentaciones, comenzaron a crearse “realidades” que contradecían a la realidad objetiva de la unidad. Mucho más si tenemos en cuenta que el Postimpresionismo debido a esa “impresión de cada autor” abrió las puertas a que la realidad no necesariamente tenía que ser tangible, y esto afectó a la moral ya debilitada por el fuerte impacto del humanismo que ya venía en alza desde siglos anteriores luego de la revolución francesa. Por eso fue llevando a cada individuo a verse como el centro de todo y comenzó a alimentar su egocentrismo e individualismo, y tristemente no tan solo en las artes, sino también en su día a día. De esta forma, comenzó a surgir un individuo totalmente influenciado y educado en un sistema cada vez más fragmentado.
Las consecuencias se verían en la vida práctica social, ya que cada individuo llevaría esa fragmentación a su moral y carácter, fragmentando de esa manera también el razonamiento y las decisiones a tomar. Si cada persona es inclinada a crear su propia realidad apartada de toda objetividad, y encima crea la capacidad de fragmentación de procesos y decisiones, entonces será también capaz de manipular cualquier situación e inclusive deslindarse de las responsabilidades de sus actos y decisiones, formándose así en última instancia una sociedad llena de individuos incoherentes. Esta incoherencia se convertiría a su vez en el patrón moral común en el Postmodernismo del siglo XXI, donde ya podemos percibir que eso que aquí llamamos incoherencia, ahora es lo común. De hecho, hoy en día lo incoherente socialmente aceptado por la mayoría, es llamarle a éste “hombre nuevo”. Y es que cuando algo se convierte en norma común y es aceptado por la mayoría, todo será medido bajo ese patrón moral y más cuando cada uno puede crear su propia realidad. Es la cúspide de la relatividad y el caos. Y en el mundo de la relatividad, es mejor que la incoherencia respecto a la objetividad sea aceptada como lo “objetivo” para que cada uno pueda hacer lo que se le antoje sin ser señalado.
Evidentemente esto solo apuntaría al caos, porque desde el preciso momento que se alimenta el individualismo basado únicamente en la opinión de alguien, en su fragmentación de la verdad y en la “realidad” que depende de su propio estándar moral, pues entonces este individuo no tendrá frenos a la hora de manipular su “realidad” aun cuando existan contradicciones dentro de su análisis. Me viene a la mente aquella famosa frase de Maquiavelo: «el fin justifica los medios». Para este personaje, el fragmentar el proceso respecto a un objetivo determinado, le daba la posibilidad de concentrarse en el resultado aun cuando el proceso fuera en contra de sus propios estándares morales con tal de obtener el resultado deseado. Mostrando así una doble moral, o más bien una que es adaptable a las circunstancias. A esto se le conoce como la parte esencial del llamado Relativismo Moral.
Se puede concluir que esta fragmentación causa un daño impensable porque crea un «hombre nuevo» capaz de formar una realidad única a partir de su perspectiva, necesidades y objetivos personales en donde cada etapa de su proceso podrá ser justificada a través de la fragmentación de la moral que él mismo podrá manipular a su antojo constantemente, porque inclusive su fragmentación de cada conjunto puede llegar a ser infinita al fragmentar cada particular y así repetir el proceso de continuo. Al no existir un absoluto moral como patrón, el hombre queda libre de fragmentar su realidad y la verdad, por tanto, el nivel de manipulación y de cinismo no tendrán limites siempre y cuando ese hombre tenga un interés determinado.
Estamos hoy en día viviendo las consecuencias de esta fragmentación moral. Vivimos entre hombres que ya no tienen palabra, que ya no conocen lo que es bueno o malo más allá de sus propios intereses, hombres sin ningún tipo de discernimiento para llamar las cosas por su nombre cuando es necesario, hombres que pueden traicionar en cualquier momento aun cuando para ellos no sea entendido como traición. La fragmentación abre la puerta a la justificación de cualquier cosa si no se tiene un absoluto que te rija y guie moralmente. El cristianismo moderno ha caído grandemente en esta misma fragmentación moral, y el doble estándar de vida es evidente entre muchos «cristianos». El romanticismo y la idea de un Dios determinado por la perspectiva y la impresión de cada individuo es cada vez mayor. No hay nada más peligroso que creer en un Dios que te acomoda solo a ti porque es lo que te parece bien. El cristiano del siglo XXI debe entender que Dios es real, y como real no se acomoda a nadie, sino que debemos conocerle y acercarnos según Él es. De otra manera, estamos creando un Dios que no existe y eso tiene consecuencias espirituales y materiales.
El cristiano debe detenerse y reflexionar en la necesidad de despojarse de toda influencia de nuestra sociedad humanista y cada día más fragmentada cuando se trata de los asuntos morales. Esto nos aleja de Dios y de su absoluto moral. Es tarea de cada creyente y amante de Dios poder tener claridad en este asunto y hacer entender a otros sobre esta realidad que afecta a la iglesia moderna. Dios es el mismo ayer, hoy y por siempre y eso está más que claro en su Palabra. La única realidad que existe es la realidad incambiable de nuestro Dios y creador que nos creó para vivir y disfrutar esa realidad junto a Él.
Autor: Hr. William Salazar
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