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Ecumenismo en la era poscristiana

Apologética, BLOG

Hoy en día escuchamos muchos cristianos y grupos religiosos en general abogando por la necesidad de la unión entre los creyentes en Dios, y en algunos casos sin importar siquiera la religión. Es una realidad, cada día vemos más divisiones entre los creyentes, y cada uno quiere crear algo nuevo. También se da el fenómeno de que cuando alguien profundiza en ciertos detalles que se salen un poco de la doctrina y teología del grupo al que pertenece, termina siendo rechazado o expulsado de la misma, dejando así el espacio abierto a la división y a la creación de nuevos movimientos, los cuales en la mayoría de los casos no tienen los filtros necesarios para saber si lo que están emprendiendo es correcto o no delante de Dios y su palabra. Así, se han ido creando tantos movimientos que hoy sería casi imposible enumerar. Ante esta realidad, muchos han enarbolado la bandera del ecumenismo. Estos explican que el ecumenismo arreglaría el problema de las divisiones entre los creyentes y así todos contribuirían a un mejor resultado dentro del “cuerpo de creyentes”. Y aunque esto suene bonito, realmente trae muchas confusiones que veremos en este artículo. Cuando el llamado «ecumenismo» no es entendido desde la perspectiva correcta, ciertamente traerá mucho más daño y problemas de los que resolverá, como todo lo que trata de hacer el hombre si está apartado de Dios. Para abordar el tema comencemos por hacernos una pregunta: ¿Qué es el ecumenismo?

Ecumenismo, en relación con la teología, es una palabra que se ha utilizado muy recientemente para definir el movimiento que se esfuerza por unir todas las formas de cristianismo denominacional y tradicional, así como también de todas las religiones posibles, ya que su uso desde el latín es relativo a los diferentes territorios donde había cristianismo que se reunía con un fin especifico en un lugar específico, de ahí el término Concilio Ecuménico. Desde principios del siglo pasado y con el crecimiento de los movimientos carismáticos e interdenominacionales, el ecumenismo se ha convertido bajo la influencia católica en una de las perspectivas más aceptadas dentro de muchas instituciones de todo tipo de denominaciones alrededor del mundo. Esto, junto con la era Poscristiana, ha creado una idea realmente confusa que ha hecho que muchos caigan en el error. Algunas preguntas que deberíamos plantearnos sobre este tema podrían ser: ¿Es realmente necesario este ecumenismo desde una perspectiva bíblica? ¿Es este uno de los propósitos de las enseñanzas de Dios en la Biblia? ¿Tenemos que negociar de alguna manera con todos los que se dicen cristianos o religiosos para encontrar puntos en común y buscar la unidad? ¿Es este movimiento ecuménico otra invención de hombres que tratan de “ayudar” a Dios y terminan destruyendo lo que no les pertenece?

La Biblia tiene su propia enseñanza y de una manera clara, sobre cómo alcanzar la unidad entre los que aman a Dios. Sin embargo, el ecumenismo promueve la idea de que todos los grupos deben buscar puntos en común entre ellos para lograr la unión. Es importante aclarar que la unidad no es el problema, sino que la unidad es un estado al que uno o un grupo llega una vez que ha producido ciertos frutos. Por lo tanto, el propósito principal de las congregaciones no debe ser el de buscar afanosamente una falsa imagen de unidad, sino más bien el de centrarse en el proceso real revelado en las Escrituras que, consecuentemente, terminará en la unidad. Las personas que defienden el ecumenismo hablan de unidad, pero no hablan mucho de cómo alcanzarla. Las preguntas serían: ¿Quién decide qué unimos y qué no? ¿Sacrificaremos algunas verdades fundamentales que un grupo puede tener, pero que no son aceptadas por el otro en aras de la «unidad» y, por lo tanto, correremos el riesgo de no hacer la voluntad de Dios en el proceso? ¿Existe siquiera el ecumenismo?

Si usted ve el ecumenismo como la unidad de todas las personas bajo una misma verdad absoluta, que es el Creador del Universo y sus enseñanzas, entonces pudiéramos estar de acuerdo en que el ecumenismo está respaldado por la Biblia. Por lo tanto, todas las personas pueden adorar y ser parte de la familia de Dios, pero siempre de acuerdo con su voluntad y su palabra. Por ejemplo, yo no adoraría a Dios en una “iglesia gay” que dice que la homosexualidad está bien y que Dios ama a todos incluyendo al homosexual, y que a su vez dice que está bien ser cristiano y ser homosexual al mismo tiempo, pues el texto es claro que Dios no ama la homosexualidad (Lv 18:22; Ro 1:26-27). No voy a reunirme con personas que piensen cosas así solo porque muchos interpretan que “debemos buscar la unidad entre todos”. Yo busco la unidad con personas que están dando fruto de acuerdo con la palabra de Dios y de acuerdo con la enseñanza del Espíritu Santo. Por lo tanto, aunque la Biblia nunca habla de “ecumenismo” como la gente la interpreta hoy, sí llama a la unidad en el Espíritu. Esta unidad se entiende mejor a través de la palabra hebrea: ejad que significa ‘una unidad compleja’. Hay muchas enseñanzas al respecto en la Biblia con gran detalle y verdad.

Es cierto que la Biblia misma deja muchos espacios abiertos a interpretaciones y aplicaciones diferentes en cuanto a la manera de practicar nuestra fe en determinados asuntos, pero hay otras cosas que no son negociables. Cuando uno se sienta a negociar el “ecumenismo” poniéndose de acuerdo con otro grupo, incluso en doctrinas o enseñanzas que ni siquiera están sustentadas por la Biblia, sino que han sido invenciones de los hombres a lo largo de la historia eclesiástica para dar respuestas a sus dudas, ya se ha perdido el propósito principal de adorar a Dios y, por tanto, la unidad será imposible.

Cuando alguien dice: «Debemos estar abiertos a la adoración y crecer con hermanos que puedan ver las cosas un poco diferente», se pudiera estar de acuerdo con eso solo hasta ciertos límites. Porque si somos críticos, nos daremos cuenta de que no todas las prácticas dentro de las iglesias modernas son aceptables según la enseñanza bíblica, y difícilmente serían practicadas por algún apóstol.

Para entender entonces cuál sería una manera correcta de formar parte de este ecumenismo, tendría que partirse del mensaje revelado por Dios. Entonces, la mayor expresión de ecumenismo que puede experimentar un ser humano es la unión con Dios. Y de seguro Él sería el primero en decirle: «Para llegar a ser ecuménico conmigo, primero debes arrepentirte de tus pecados, es decir arrepentirte de vivir como crees que debes vivir, luego debes pedir perdón por los pecados que ya has cometido, y aceptar Su sacrificio como pago por tus pecados, entonces podremos llegar a tener un ecumenismo entre ambos”. Entendiendo esto, entonces se puede concluir que nunca habrá unidad con personas que no hayan pasado por este proceso. Cualquiera que haya pasado por este proceso no verá problema en contribuir con hermanos de otras congregaciones, aunque tengan diferencias en aquellas áreas donde Dios mismo dejó puertas abiertas para la expresión singular de cada individuo o grupo, sin salirse de Su verdad general y absolutos morales, es decir, sin caer en el pecado.

Como conclusión se puede decir que, si el pueblo de Dios realmente quiere buscar el ecumenismo, primero debe buscarlo con Dios. Segundo, debe permitir que el Espíritu Santo obre en él. Y, por último, pero no menos importante, debe obedecer cuando la ley enseña: «Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas, y amarás a tu prójimo como a ti mismo». Entonces, se podrá alcanzar realmente el ecumenismo entre todas las denominaciones y grupos. Pero forzar una unidad que está delimitada por los hombres, negociada para llegar a ciertos intereses personales o carnales no es la manera correcta de lograr el ecumenismo. Busquemos a Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura.

William Salazar

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