Cuando se reflexiona sobre la educación, quienes hemos nacido y crecido bajo un sistema escolar específico solemos partir del prejuicio de que todo está bien, como si siempre hubiera sido así. Sin embargo, ese supuesto se convierte en una barrera para analizar con claridad la situación actual. En este artículo no se busca proponer reformas sociales para el sistema escolar, pues las estructuras creadas lo vuelven casi imposible. El enfoque es otro: como iglesia, debemos comprender que estamos llamados a ejercer una enseñanza renovada, efectiva para la nueva generación, que guíe hacia la verdad y ayude a los discípulos a usar con dignidad y sabiduría su creatividad, independientemente del modelo educativo que adopte la sociedad.
El mensaje monoteísta de salvación no cambia, porque depende únicamente de la misericordia de Dios. Lo que sí requiere revisión es el “cómo” enseñamos ese mensaje eterno. De nada sirve mantener programas y métodos caducos que ya no logran conectar con las personas. El desafío, entonces, es grande: actualizar estrategias y metodologías para que el mensaje sea comprensible, vivible y relevante.
El panorama educativo, tanto secular como eclesial, se enfrenta a dos grandes problemas:
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Por un lado, el sistema escolar tradicional tiende a estigmatizar a quienes no encajan en sus métodos.
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Por otro, muchas iglesias adoptan ese mismo modelo, pero sin recursos para adaptarlo, quedando aún más rezagadas.
El resultado es predecible: programas educativos arcaicos, tediosos e inefectivos. Y, con tristeza, podemos decir que su fracaso es incluso mayor que el de los sistemas seculares.
La frustración de una generación.
Si las nuevas generaciones ya se sienten frustradas con la educación secular, ¿cuánto más cuando se les impone un modelo cristiano que copia, sin recursos, sus mismos errores? La consecuencia es clara: ni se forma integralmente a los jóvenes, ni se cumple con el propósito espiritual de la enseñanza.
Por eso, este material —y en general toda reflexión seria sobre el tema— busca abrir caminos: brindar recursos, ofrecer estrategias y dar a cada maestro un margen de acción amplio para observar, experimentar y crear según las necesidades reales de sus discípulos.
Hoy en día, tanto el sistema secular como el cristiano comparten síntomas evidentes de deterioro:
1- El mundo no ha cambiado por la educación, sino por la tecnología; la calidad humana sigue estancada.
2- Los alumnos se convierten en números impersonales, priorizando resultados institucionales sobre crecimiento individual.
3- La enseñanza pierde valor porque los estudiantes carecen de motivación; las aulas se transforman en “parqueos de niños” o “prisiones de adultos”.
4- Aunque se predican valores como libertad o amor, la práctica produce individuos contrarios a ellos.
5- Los materiales de clase son estáticos, llenos de palabras sin aplicación real.
6- Se educa solo para pasar de nivel, no para triunfar en la vida.
7- La relación maestro-estudiante queda reducida a evaluaciones, controladas por un sistema impersonal.
8- Se hace creer al alumno que él fracasa, no el sistema.
9- Quien no maneja ciertos contenidos es descalificado y etiquetado como inferior.
10- El futuro de un estudiante depende de una o dos calificaciones.
11- Se fomenta una competitividad dañina que rompe la humildad y la paz social.
12- Las evaluaciones estandarizadas ignoran la singularidad de cada individuo.
13- La disciplina impuesta obliga a esconder emociones, creando máscaras desde la niñez.
14- Profesores y estudiantes se vuelven críticos y detractores del sistema que los formó.
15- En la iglesia, la enseñanza sufre un doble juicio: si imita al mundo, se percibe como anticuada; si rompe esquemas, se le acusa de emocionalismo.
Hacia un modelo distinto.
Ante este panorama, la iglesia tiene un desafío ineludible: no puede seguir siendo un reflejo del fracaso secular. Su misión es mucho más alta: formar discípulos íntegros que vivan la fe y la transmitan con creatividad, amor y verdad. Eso implica repensar metodologías, adaptar recursos, abrir espacios a la sensibilidad y, sobre todo, no perder de vista que enseñar no es repetir información, sino guiar a las personas a una vida transformada en Dios.
Autor: Dr. Liber Aguiar
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