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ENTENDIENDO LA CELEBRACIÓN DE JANUCÁ (4ªParte).

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Jesús y la fiesta de Janucá.

Como se ha dicho en artículos anteriores los judíos, lidereados por la familia Macabea, reconocieron que cuando fueron a purificar y dedicar el Templo de Jerusalén después de la profanación hecha por Antíoco IV con un servicio a Zeus Olímpico allí, Dios manifestó su poder con un milagro que impactó a todos. Y cuando el escaso aceite de la Menorá ardió ocho días consecutivo ellos entendieron y comenzaron a atar cabos de cada suceso ocurrido, y se dieron cuenta que la mano de Dios había estado de forma milagrosa desde un inicio, e inclusive en detalles que pensaban eran insignificantes o casuales. Como aquellas nueve luces que las mujeres encendían para recordar la Menorá del templo, o la victoria a pesar de la desproporcionalidad numérica de los ejércitos, o las cuatro letras de las pirinolas (N, G, H, CH) que conformaban misteriosamente un acróstico en hebreo que decía: “Un milagro se ha hecho aquí”.

A parte de todo lo que significó la fiesta de Janucá el hecho de que ellos analizaron todo lo ocurrido y resaltaron cada detalle que revelaba un milagro divino, mostraba el gran deseo y humildad de reconocer la gestión y el señorío de Dios sobre la nación. O sea, que había un mensaje claro en toda la fiesta: DIOS ES SEÑOR DE TODOS LOS DETALLES, NADA SE SALE DE SU CONTROL, Y TIENE EL PODER ÚNICO DE TRANSFORMARLOS CON TAL DE SALVAR A SU PUEBLO.

Sin embargo, Jesús enfrentó todo lo contrario desde su llegada a este mundo. Los descendientes de aquellos mismos que habían visto su mano actuar en tiempos de Antíoco IV, y después de celebrar por más de 190 años esta fiesta, ahora no eran capaces de ver lo que Dios estaba haciendo con mucha más abundancia delante de sus propias narices.

Si analizamos el contexto del único pasaje en los Escritos Apostólicos donde se menciona explícitamente esta fiesta (Jn 10:22), podemos darnos cuenta de lo anterior. Y más aún, como ellos no podían decir que aquello que Jesús hacía no eran milagros entonces se los atribuían a los demonios. Así que habían los que trataban de entender, pero a la vez eran confundidos por los que adjudicaban aquello a las tinieblas, provocándose así un debate en la multitud: «Volvió a haber disensión entre los judíos por estas palabras. Muchos de ellos decían: Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís? Decían otros: Estas palabras no son de endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?» (Jn 10:19–21). Por eso Jesús va a utilizar la trama de esta fiesta para hacerlos reflexionar, exhortarles al arrepentimiento y a su aceptación.

El texto nos cuenta que aquel día: «Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación (Janucá). Era invierno, y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón.» (Jn 10:22–23). Como cada año desde la primera Dedicación por los Macabeos, cada ciudad de Judea se llenaba de luces que eran puestas en un lugar de la casa que permitieran ser vistas desde afuera. Y aunque es verdad que no todos la celebraban, como los saduceos y los esenios, la mayoría siguiendo la enseñanza farisea sí lo hacía. Así que las ciudades, y en especial Jerusalén, se volvían brillosas como ninguna otra por ocho días cada noche. Todo el que viajara por esa zona preguntaría: ¿Y por qué cada ciudad judía resplandece desde el interior de cada casa en estos días? Todas las respuestas girarían sobre una en específico: Porque un milagro se hizo hace años en Jerusalén cuando Dios nos salvó de ser exterminados.

Sin embargo, en las fiestas de estos días Dios había visitado personalmente a su pueblo, estaba caminando entre ellos, haciendo miles de milagros diarios y ellos no lo veían. Por eso le van a rodear y le van a decir los judíos, no los saduceos ni los esenios, sino el propio pueblo que aprendió de los fariseos: «¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.» (Jn 10:24–25). Pero en la primera celebración de Janucá no hizo falta una voz del cielo, ni nadie le pidió explicación a los Macabeos acerca de esto, ellos eran tan abiertos a las cosas de Dios que simplemente creyeron, pero ahora están pidiendo que Jesús les diga lo que ellos, por el propio debate que tienen ya saben. Por eso la respuesta de Jesús es tan preciosa: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos.» (Jn 10:25–30). O sea, aquellos que estaban junto a los Macabeos creyeron por las obras de Dios y eso demostraba que sí eran pueblo de Él, pero estos que rodean a Jesús no creen tan grande número de milagros, por la simple razón que no eran su pueblo. Y no es que Israel no lo fuera, porque los apóstoles también eran Israel y sí creyeron, sino que estos en específicos que no lo aceptaron no lo eran. A tal punto eran estos enemigos de Dios que a pesar de ser muy religiosos celebrando una fiesta como esta: «volvieron a tomar piedras para apedrearle.» (Jn 10:31).

Entonces: «Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios.» (Jn 10:32–33). Así que, no era que no veían los milagros, porque claro es ilógico no verlos, sino que ellos estaban rechazando directamente a Jesús. El razonamiento de ellos era claro: Si tú estás haciendo milagros que solo puede hacer Dios, entonces tenemos un problema contigo y es que debemos reconocerte a ti como mismo se reconoció a Dios en aquella Janucá, y deberemos adorarte a ti como mismo se adoró a Dios en aquellos días.

En medio de esto Jesús les va a poner un reto textual. Porque la palabra que nosotros traducimos del griego como Dios (θεος) no tiene mucho significado en español e inclusive es confusa (no vamos a detallar en eso), pero la palabra que aparece en este Salmo y que Jesús les debió citar en hebreo es elohim que no significa exactamente ‘dios’, aunque se traduce así para que se entienda mejor, sino que es un término que viene desde el Acadio que se refiere a diferentes seres que tengan o se les atribuyan un poder determinado, sea hombre (Ex 21:6) o sea inclusive una falsa deidad (Jr 44:15). Entonces les dijo: «¿No está escrito en vuestra ley: “¿Yo dije, elohim sois?” Si llamó elohim a aquellos a quienes vino la palabra de Elohim (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: “Hijo de Elohim soy?” Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.» (Jn 10:34–38).

Y este ha sido el tropiezo de muchos judíos hasta hoy, el no entender que Jesús es el propio Dios. Es verdad que no se le puede creer a nadie que se proclame Dios, sería eso una irresponsabilidad y un pecado, y más cuando a lo largo de la historia unos cuantos lo han hecho. Pero si alguien vive cumpliendo la ley de Dios estrictamente, es capaz de tener una vida llena de milagros por cada segundo de vida, su mensaje declara eso y además es capaz de morir por él, entonces es entendible por qué Jesús les dice que debían creer por las obras mismas. Ellos debían dejar sus prejuicios, sus análisis, lo que habían aprendido desde su niñez y analizar la realidad que tenían delante.

¿Era muy difícil creer que Dios se hiciera hombre para un judío? No, como tampoco es difícil creerlo hoy para aquellos que creen toda la Escritura. Si el texto bíblico está lleno de ejemplo de hombres que hablaron (Gn 4:6), caminaron (Gn 5:24), y hasta comieron con Dios (Ex 24:9-11), la pregunta sería: ¿Qué forma limitada o humanoide asumió Dios cuando hacía eso posible? La respuesta es simple y la encontramos en el mismo que citó esta fiesta en su evangelio: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.» (Jn 1:18).

Ahora, claro está, si nosotros hoy analizamos cada suceso de los celebrados en Janucá, también podemos encontrar la conexión de estos con Jesús. Por ejemplo, aquellas letras de la pirinola que revelan algo interesantísimo. Y aunque anteriormente hablamos de un tipo de pirinola en realidad hay dos con letras diferentes, una de ellas habla estando en Jerusalén y otra desde fuera de ella, que para no haber sido redundantes en este artículo las veremos ahora. Desde fuera decía: “un milagro se hizo allá”, y sus letras equivalen a: Nun es 50 (נ), Guimel es 3 (ג), Hei es 5 (ה), Shim es 300 (ש), si las sumamos el valor daría 358. Y este valor coincide con el valor total si sumamos las letras de la palabra Mashiaj (Mesías) que son: Mem es 40 (מ), la Shim (40), la (ש) (300), la (י) (10) y la (ח) (8). La otra que sería desde la propia Jerusalén diría: “un milagro se hizo aquí”, y sus letras serían: Nun es 50 (נ), Guimel es 3 (ג), Hei es 5 (ה), Pei es 80 (פ), al sumarlas el valor varía a 138, pero este coincide también con uno de los nombres adjudicados al Mesías que es Menajem (Consuelo), cuyos valores de letras son: Mem que es 40 (מ), Nun que es 50 (נ), Het que 8 (ח), y Mem que es 40 (מ).

Por eso cuando decimos que Dios tiene control, no es una simple conclusión, ni una frase religiosa para repetir. Su señorío es tan real e infinito que no solo cumplió los moadim que Él mismo diseñó para el hombre desde la fundación del mundo, sino que también Él ha cumplido y cumple con cada celebración humana que ha tenido el fin de anunciarlo a Él. Pues como dice el ángel que anunciaba la revelación a Juan, todo su pueblo debe: «adorar a Dios, porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.» (Ap 19:10c).

En el próximo artículo estaremos abordando cómo los apóstoles usaron el anuncio mesiánico de esta fiesta en sus enseñanzas.

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