Janucá, un recurso pedagógico en las manos de los apóstoles.
Vivimos en un mundo donde se promueve constantemente la espontaneidad, y aunque esta es muy buena el error ha sido cuando se estigmatiza como malo todo lo que caiga en la categoría de ritual. Uno de los que mejor entendió y explicó esto fue Antoine de Saint-Exupéry en su libro El principito, en el diálogo entre el zorro y el pequeño visitante dice:
«El principito volvió al día siguiente, y le dijo el zorro: “Hubiera sido mejor que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón. Los ritos son necesarios. ¿Qué es un rito? —inquirió el principito. Es también algo demasiado olvidado, —dijo el zorro—, es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra».
De esta manera podemos entender que a través de la repetición o el ritualismo de eventos se puede aprender cada vez más de un mismo tema. No olvidemos que fue el propio Dios quien enseñó este sistema. Por eso cada año a través de las celebraciones se hablaba de un tema específico y todo a lo que éste apuntara. Sabemos que no todo el mundo pasó correctamente el examen cuando el Mesías se hizo hombre, pero fue tan efectivo este método de enseñanza que quedó claro que esta falta dependía exclusivamente del pecado en el corazón de ellos. No es que la información llegó mal o que no fue clara la enseñanza, sino que ellos pudieron reconocer lo especial de Jesús y simplemente la quisieron rechazar por sus intereses personales que descubrían su alejamiento de Dios y Sus propósitos. Por eso Jesús dejaba en evidencia constantemente en sus delitos y pecados, como vimos en el artículo anterior.
Un recorrido por un par de textos apostólicos nos permitirá ver la aplicación de la enseñanza de Janucá, y cómo pudieron identificar al Mesías a través de ella y además seguir transmitiendo ese mensaje:
(Jn 1:1-18): Un error que muchas veces se comete al estudiar el texto bíblico es su descontextualización. Aunque es comprensible esto por la diferencia cultural y la lejanía en el tiempo del texto con respecto al lector, por eso debemos ponernos la lente judía del primer siglo para acercarnos más a él. Como consecuencia casi siempre que se habla de luz en el texto una mayoría de sus expositores acuden a la ciencia moderna o al simple iluminar nocturno de una casa. Entonces si miramos el contexto de la judea del primer siglo, y ya sabemos que una vez en el año hay una celebración de ocho días en el periodo de invierno (el más oscuro del año), entonces podemos entender mejor lo que esto significaba para una época sin luz eléctrica. Como dijimos en artículos anteriores, una ciudad o barrio judío brillaba completamente cuando se encendían en cada casa las januquías (menorá de 9 luces) en un periodo específico del año. Éstas luces se ponían en la parte exterior a la entrada de las casas, porque era un requisito de la celebración que tanto los visitantes como los vecinos las vieran desde la calle. Ahora el texto de Juan de seguro que adquiere más vida ante usted: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.» (Jn 1:1–5). ¡Wow!, el Verbo y Dios son lo mismo, y la Vida y la Luz pertenecen a ese Verbo, porque Él es la única forma en que Dios se hizo accesible para su creación material que es limitada al tiempo y el espacio. Entonces, si toda la vida y toda la luz es en Él, necesariamente fuera de Él lo que hay es tinieblas. O como diría uno de los propios judíos siglos después: “La oscuridad no es más que la ausencia de la luz”, por eso cuando aparece la Luz en donde por su ausencia había tinieblas no tiene la luz otra opción que triunfar y resplandecer, pues siempre la Luz se impondrá con su sola presencia. ¿Y qué enseña Juan que pasó en este mundo sometido por las tinieblas espirituales? Simple: «Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.» (Jn 1:9). Imaginan lo que es poner la januquía en la puerta y que alguien preguntara: ¿Por qué ponen todos luces en las puestas? ¿Por qué brilla tanto esta casa, este barrio o esta ciudad? La respuesta de los cristianos no solo sería la misma que se había dado hasta ese momento por el fariseísmo: “Porque un milagro se hizo aquí hace mucho tiempo para salvarnos del exterminio de Antíoco”, sino algo más poderoso y que podía ser disfrutado ahora por todas las gentes insertados a los santos: “Porque en este hogar Dios ha hecho un milagro que es la salvación del exterminio eterno, ahora somos nacidos de Dios y en nosotros está la Vida y la Luz, y si tú confiesas y aceptas al Mesías Jesús como hicimos nosotros también tendrás lo mismo”. ¿Y todo gracias a qué? Pues a que: «aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.» (Jn 1:14).
(Fil 2:1-18): en este otro texto Pablo escribiendo a los filipenses desde su tribulación y prisión, representa ese momento en que parece que la enseñanza del evangelio va a sufrir un revés y pudiera extinguirse. Decir esto hoy suena algo pesimistas, pero a poco más de 30 años de comenzar la enseñanza mesiánica, con unos pequeños grupos de creyentes en algunas ciudades del imperio y la amenaza de no saber qué pasó con toda la iglesia de Judea, Perea y Galilea por la guerra con Roma, el no saber del resto de los apóstoles y que éste les escribe desde la prisión, pone a los creyentes en una situación muy parecida a la de Israel en tiempos de Antíoco, donde todo parece que pudiera acabar. Por eso desde el inicio de la carta Pablo va a enfrentar a sus lectores con esta realidad, pero a la vez les dará aliento a través de la propia pasión de Jesús y les pondrá el reto delante: «Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.» (Fil 2:12–13). O sea, que pudieran quedar ellos solos, sin ningún maestro, e inclusive con muchos enseñando un evangelio diferente, pero como mismo Dios levantó a los Macabeos Él levantará a nuevos líderes, maestros y, más aún, a un cuerpo bien concertado que hará de su diversidad un cuerpo. Así que bajo esa perspectiva y en medio de una generación inmoral y confusa, heredera del mismo virus que contaminaba a Antíoco, debían ser como januquías en medio del universo oscuro y eso gracias y solamente a estar sujetados de la palabra de Vida (Fil 2:15–16).
Aunque existen otros textos, le insto a emprender su propia investigación en las Enseñanzas Apostólicas para comprenderlos más profundamente a la luz de Janucá. Si tiene el deseo de celebrar esta festividad de la Luz y los milagros de Dios este año, recuerde que lo crucial no es tanto adherirse meticulosamente a cada detalle de la tradición, aunque eso puede ser valioso, sino vivir plenamente aquello que pueda hacer, celebrando desde lo más profundo de su ser como un miembro de la familia de la Luz. Hágalo con la intención total de agradecer a Dios y de irradiar lo que Él ha obrado en usted hacia los demás. Recuerde: «Nadie pone en oculto la luz encendida, ni debajo del almud, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz. La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas. Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas. Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor.» (Lc 11:33–36).
Autor: Dr. Liber Aguiar.
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