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La cruz en el reino de Dios.

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Los apóstoles sabían que el ideal de la cruz tenía una connotación negativa en la humanidad. Sin embargo, ellos tenían bien claro que esta era la clave para la inversión en el reino de Dios. En ella se encontraba el secreto del poder de Dios, aunque para muchos sería una locura.

En el caso de judíos practicantes, el aposto Pablo dice: «Porque los jadéanos piden señales (1ªCo 1:22a)…» , porque ellos siempre estuvieron en toda su historia muy atentos en cuanto a las señales. Cada momento importante de la nación fue marcado por ese tipo de experiencias en donde eran impactados con señales sobrenaturales, entonces ya estaban tan acostumbrados a eso que cuando no las tenían las pedían. El problema con esto era que al pedirlas quedaban esperando un tipo de señal propuesta por ellos mismos, pretendiendo que Dios debía hacer las cosas como ellos esperaban y no de otra manera.

Con respecto a los helenos, sean judíos o gentiles, Pablo dice: «… y los helenos buscan sabiduría…» (1ªCo 1:22b), estos vienen de aquellos que marcaron al mundo en el ámbito del uso de la razón, de la necesidad de descubrir el camino a seguir teniendo en cuenta todo el acervo humano. Ellos trataban de esclarecer las ideas lógicas para la actuación del hombre.

Sin embargo, cuando Pablo va a hablar de los nacidos de nuevo dice: «… pero nosotros predicamos a Cristo crucificado…» (1ªCo 1:23). No es que el cristiano debía estar en desacuerdo con las señales, porque si no tendría que desechar las profecías. Tampoco estaría en desacuerdo con tener sabiduría, porque tendría que desechar toda la Biblia. Con lo que se debía estar en desacuerdo era cuando las señales y la sabiduría se convertía en lo que marcaría la prioridad o el fundamento en la vida espiritual. Entonces es el ideal de entrega total, simbolizado por la entrega en la cruz, la marca principal del ideario mesiánico.

Si vamos un poco atrás en el tiempo, cuando Jesús anunció el momento de su glorificación tuvo a bien el explicarnos cómo sería: «Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honraráAhora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez.» (Jn 12.23–28). Con esto estaba diciendo que para llegar a ser glorificado, aún cuando Él era Dios con nosotros, debía primero invertir totalmente Su vida a esa misión de amor que tenía de rescatar a la humanidad. De la misma manera, todo el que quisiera servirle debía entender que tendría que seguir el mismo proceso: “La entrega de sí mismo a la causa del evangelio” (Mt 16:24).

Se sabe que no es algo fácil, el propio Jesús se sintió «turbado» en el momento de la entrega total. Y de la misma manera en determinadas situaciones sus seguidores sentirán que sus vidas se pierden por completo. Muchos dirán en medio de lágrimas: «Padre, sálvame de esta hora», pero es en ese momento donde el seguidor de Jesús debe saber que para eso fue preparado por Dios, para mantenerse en el lugar en que Él le ha puesto como representante genuino de Su reino.

Todo siervo de Dios debe entender que en la medida en que permanezca en esa brecha, más hará y se parecerá a su Señor.

Autor: Dr. Liber Aguiar.

 

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