El Imperio Romano, con su vasta expansión por Europa, el Cercano Oriente y África del Norte, dejó una profunda huella en el mundo occidental moderno. Un claro ejemplo de su legado perdurable es el Derecho Romano, que sigue siendo objeto de estudio en universidades de derecho en todo el mundo.
A pesar de su grandeza militar y su habilidad para someter a otros pueblos, Roma carecía de una base moral sólida para orientar la vida diaria. La república se fundamentaba en los criterios de ciudadanos prestigiosos, y el emperador, al carecer de una base firme, tomaba decisiones muchas veces basadas en su egocentrismo. Esta falta de cimientos morales y espirituales condujo a la sociedad romana a buscar respuestas en dioses limitados, seres divinos que compartían las problemáticas humanas.
Ante los fracasos y las tensiones sociales, Roma buscó refugio en sus dioses. Sin embargo, estos dioses, además de ser falsos, eran limitados y carecían de la perfección necesaria para guiar a la sociedad. La necesidad de una base moral sólida los llevó a aceptar un gobierno autoritario basado en el hombre mismo, un dictador vitalicio que intentaba restaurar el sistema.
El pueblo romano empezó a venerar al emperador no solo como un dios, sino como el supremo, concediéndole la potestad de gobernar e influir en la legislatura según su voluntad. Sin embargo, la adoración a un dios humano seguía siendo un fundamento endeble. En contraste, aquellos que abrazaron el evangelio encontraron en Jesús un absoluto moral proveniente del Creador, rechazando así la adoración al César. Esta resistencia fue la verdadera razón por la cual los cristianos fueron perseguidos y asesinados.
Los cristianos, al aceptar a Jesús como el Mesías esperado, adoptaron un absoluto moral que guiaba sus vidas. Mientras tanto, Roma, desprovista de fundamentos sólidos, se sumió en la decadencia. A pesar de la persecución, los cristianos encontraron refugio en las catacumbas, aferrándose a la guía y esperanza que Dios les proporcionaba.
Esta narrativa destaca las diferencias fundamentales entre aquellos que han experimentado una regeneración radical, anclados en los estatutos divinos, y aquellos que, careciendo de bases morales sólidas, sufren las consecuencias de sus propias interpretaciones de la vida. La lección es clara: alejarse de Dios y vivir basado en ideas humanas conduce a la frustración y al fracaso ante las presiones de la vida. Como dijo el Señor: «Separados de Mí nada podéis hacer«.
Autor: Efrén Martínez
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