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La Pascua fue establecida por Dios como un moed (en hebreo, ‘un tiempo señalado’ por Dios de festividad en su calendario). El contexto de esta fiesta lo encontramos en el libro de Éxodo, capítulo 7 en adelante. En esta historia, Dios envió a Moisés para convencer a faraón de dejar salir a los israelitas de la esclavitud, pero este se opuso. Dios envió nueve plagas para convencerlo, pero el faraón se negó. Entonces, Dios envió la décima plaga que acabaría con la terquedad egipcia y traería la libertad para los israelitas. Dios les anunció: «Morirá todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de faraón hasta el primogénito de las bestias». Dio instrucciones a los israelitas para que pudieran protegerse de este juicio, comiendo un cordero cuya sangre serviría de protección, marcando los dinteles de las puertas con esa sangre. Esta cena, conocida como Pesaj (Pascua), sería una celebración especial con un orden significativo lleno de simbolismos que caracterizarían esa cita con Dios. «Y la sangre os servirá de señal en las casas donde estéis; y veré la sangre y pasaré de largo, y no habrá plaga para destruir cuando Yo azote la tierra de Egipto» (Éxodo 12:13). Lo ocurrido durante esa noche debe haber sido una escena terriblemente dramática. Dios estableció la Pascua como el primero de los moadim a celebrar anualmente por su pueblo, con el fin de conmemorar esa liberación protagonizada directamente por Él, hablando de su amor y responsabilidad sobre ellos. Finalmente, al salir de Egipto, se establecieron en la Tierra Prometida, y cuando Jerusalén se convirtió en la capital de la nación con el templo como sede de la Pascua, sería una fiesta de peregrinación a esa ciudad y a ese lugar para celebrarla.

El cristianismo ha pasado por muchas etapas de transformación, alejándose de su verdadera raíz y razón de ser. Por definición, un cristiano es un discípulo o seguidor de Jesucristo, y por convicción, es un imitador de Cristo. Al analizar si los cristianos actuales deberían celebrar la Pascua, el ejemplo de Cristo es un factor importante para considerar. Aunque la Biblia no nos da muchos detalles sobre la crianza de Jesús, sabemos que Él y su familia celebraban la Pascua. Por ejemplo, el libro de Lucas nos cuenta que Jesús iba con sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cristo siguió celebrando la fiesta durante su vida adulta, e incluso en los últimos días de su vida física para dar ejemplo a sus seguidores. Los cuatro Evangelios confirman su participación cada año. En una ocasión les dijo: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él» (Juan 14:21). Con esto les recordaba que una evidencia del amor de ellos hacia Él era seguir sus instrucciones, así que no hay duda de que Él y sus discípulos guardaron esta fiesta.

Después de lo dicho anteriormente, surge la pregunta: ¿Debemos celebrar la cena de Pascua, aunque no haya templo? Cuando existía el Templo en Jerusalén, para esta fiesta peregrinaban muchas personas y allí realizaban los sacrificios, ofrendas y holocaustos. Sin embargo, al ser destruido el templo físico, esas ofrendas ya no son necesarias, pues Cristo fue el sacrificio perfecto por nosotros y para siempre. Jesús nos dice antes de su partida: «Haced esto en memoria de mí» (Lucas 22:19). La iglesia primitiva entendió este mandato de Jesucristo, que claramente les ordenaba comer la Pascua hasta su regreso, anunciando que Él la volvería a comer con nosotros.

Tenemos el testimonio de Pablo, quien dijo acerca de la Pascua en una de sus cartas: «Limpiad la levadura vieja para que seáis masa nueva, así como lo sois en realidad sin levadura. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado. Por tanto, celebremos la fiesta no con la levadura vieja, ni con la levadura de malicia y maldad, sino con panes sin levadura de sinceridad y de verdad» (1 Corintios 5:7-8).

En este tiempo de Pascua, somos llamados a recordar con alegría el sacrificio de Jesús y meditar en Él, como el Cordero inmolado de Dios que redime a su pueblo y salva a todo aquel que cree en Él. La Pascua fue consagrada como una ordenanza para sus seguidores por Jesús mismo, y por lo tanto es uno de los mandamientos que los cristianos deberían esforzarse por seguir al pie de la letra, sin inventar nuevas formas de celebrarla o de sacramentos extraños.

Autor: Julio Hernandez.

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