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Un pueblo que esperaba a otro Mesías.

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Lamentablemente ya sea por la influencia del helenismo o por la ceguera espiritual que existía en Israel aparecieron varias sectas para el siglo I: los esenios, los saduceos, los fariseos y los zelotes; en donde cada una tenía su particularidad y opiniones diferentes en cuanto a la figura del Mesías y su venida. Muchos esperaban que Él les librara de sus enemigos, otros que Él mostraría el carácter y el poder del Dios de Israel y otros esperaban a un Mesías capaz de promover una rebelión contra los Romanos.

Sin embargo, también había algunas cosas que no estaban esperando: como un libertador que avergonzaría y enfurecería a un gran número de sus líderes religiosos, o que les mostrara cuán mal interpretaban ellos a su Dios y cuán mal se enfocaban sus actitudes hacia la ley moral.

De muchas maneras, las personas que vieron a Jesús presenciaron lo que ellos como nación debieron de haber estado esperando en el Mesías. En la antigüedad muchos profetas hablaban claramente al pueblo acerca de la Salvación de Dios, de su carácter y de su poder; y el Jesús que el pueblo vio mostró esa verdad y ese poder de una manera tan irrefutable que las personas se maravillaban ante lo que hacía y decía. Lo que vieron y escucharon les debía hacer pensar en aquello que debía esperarse de su Mesías.

Entonces, si Jesús les mostró lo que estaban buscando, ¿por qué no le reconocieron?, ¿acaso fue porque Él les dijo que no podía librarles de la opresión imperial de Roma?, ¿acaso fue porque les dijo que tenía que sufrir y morir por sus pecados?, ¿o realmente se debió a la ceguera de ellos como nación hacia un tema tan importante? El pueblo de Israel había recibido suficiente información para estar preparado para la llegada del Mesías. ¿Por qué no vieron la mesianidad de Jesús de una forma clara?

El problema no era simplemente de perspectiva, sino de presuposiciones. La realidad es que existían prejuicios en el pensamiento judío que limitaban su visión. Claramente este problema causó un gran impacto en la capacidad de los líderes religiosos del siglo I, de modo que no reconocieron que Jesús era su Mesías. A pesar de las enseñanzas de Moisés y los profetas, ellos habían añadido una tradición oral a lo que en realidad decían las Escrituras. Muchas de estas añadiduras a la ley parecían, a simple vista, dar honra a las Escrituras, pero a menudo los cambios se centraban más en aspectos externos que en la formación espiritual del corazón a la luz del espíritu de la ley.

El resultado fue que los líderes religiosos de Israel encontraron maneras de excusar sus propios motivos equivocados centrándose más en lo ritual que en lo espiritual. Muchos gradualmente asumieron que podrían estar bien con Dios bajo sus propios términos y con sus propias fuerzas.

Cuando Cristo vino como el rescatador espiritual, ellos no vieron la necesidad de ningún tipo de rescate personal. De hecho, no estaban buscando perdón personal ante Dios, ni misericordia por el descarrío tan generalizado. Querían a un Mesías que les confirmara e hiciera cumplir las normas que ellos erróneamente pensaban que eran divinamente inspiradas. Como resultado de eso, cuando Jesús presentó la visión de Dios, no encajaba con sus expectativas, y los líderes del momento determinaron que Él no era el auténtico Mesías esperado. Jesús presentaba una visión del Padre que no era, sino lo que las Escrituras les enseñaban a los israelitas de lo que habían de esperar; y, sin embargo, lo que vieron les sorprendió. Era una perspectiva que continuamente desconcertaba a la gente porque Jesús no solo reveló el carácter y el poder de Dios, les reveló a los judíos el corazón de Dios. Él vino para proveer el perfecto equilibrio entre la gracia y la verdad a una generación que erróneamente pensaba que podía reinventar la verdad y manipular la gracia de Dios.

Autor: Julio Hernández.

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