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Es necesario unificar la proclamación y la demostración.

Apologética, BLOG

Tradicionalmente se ha concebido el evangelio, y esto casi absolutamente, solo como una proclamación. Al pensar en evangelizar y predicar pensamos en hablar. Al pensar en la obra misionera pensamos en comprar locales y juntar a la gente para hablarles. El evangelio se ha convertido en plena «habladuría». Por eso con este artículo me propongo hacer un atentado a este enfoque.

El cristiano de hoy debe comprender que el evangelio se basa en hechos y sin ellos simplemente no hay evangelio. Y en cuanto a hechos, no solamente aquellos que se produjeron en el siglo I, sino también a los vinieron en los siglos posteriores y hasta el presente.

Por eso Dios llama a su pueblo a ser testigo. ¿Cuándo se necesitan testigos?, cuando existe un acontecimiento o un hecho que necesita ser esclarecido o confirmado[1]. Donde quiera que haya una controversia se necesitan testigos que confirmen cuál fue el hecho.

Es así que en torno al evangelio existe una gran controversia, que tuvo su momento de más trascendencia en el ministerio público de Jesús y se ha extendido hasta nuestros días. En esta controversia encontramos tres bandos:

  1. Los enemigos declarados del Mesías Jesús.
  2. Los que asumen y entienden el ministerio salvífico y la santidad que genera.
  3. Los que tergiversan los hechos acerca del ministerio de Jesús y su persona.

Esta controversia tiene su complejidad. Por una parte, cuando los enemigos atacan directamente a Jesús sus amigos van a defender, pero entre estos últimos vamos a encontrar a los que van a tratar de defender a su manera o a tratar de justificar sus acciones incoherentes, en aspectos que tienen que ver directamente con la identidad y naturaleza de Jesús que no son reales, y en describir un ministerio suyo que tampoco existió, tergiversando así el verdadero mensaje. Entonces en medio de esta controversia tan compleja el Señor estará llamando a sus testigos para que transmitan al resto de la humanidad su realidad.

Paralelo a esto hay una cuestión muy importante: ¿Quiénes son las personas que están calificados para testificar? Se sabe que no todo el que quiera pude ser testigo, existe un perfil para esto. La respuesta que se le dé a esta pregunta, es la que en verdad va a demoler el concepto proclamativo del evangelio. Porque en cualquier juzgado del mundo una persona puede llegar y proclamar su historia o versión de los hechos, pero sólo podrá convertirse en testigo valido aquel que llegue a basar su proclamación en hechos reales.

De modo que, en el auditorio mundial e histórico, donde hay una controversia en torno a la persona del Señor Jesucristo, no son válidos aquellos que salen a proclamar sin tener una fundamentación en los hechos. Sólo aquellos que están capacitados para presentar con base y su esperiencia vivida los hechos, están admitidos por Dios como testigos.

No es con un nombre tal como Iglesia, el pastor, el predicador, el misionero, el apóstol, sino el autorizo como testigo de los hechos lo que realmente aprueba. Por eso entrenar o prepararse para la evangelización no depende de palabras o métodos que se enseñen. Evangelizar es presentar una base de hechos y hablar acerca de ellos correctamente.

El Señor en Hechos 1:8 menciona que esos testigos debían «recibir poder». Para esto utiliza la palabra griega esesze (ἔσεσθέ) que significa  ̔testificar sin pretender hacerlo´, mas bien porque se le ha impuesto[2]. En un contexto de controversia histórica ellos saldrían irremediablemente a testificar impulsados por la obra de Dios en ellos.

Algo parecido ocurre con la palabra ̔Jesucristo´ que ha venido a ser tan usada en el argot cristiano que ha perdido su sentido[3]. Esta palabra es la contracción de Jesús el Cristo que a su vez viene de la frase hebrea Yeshúa HaMashiaj (Jesús el Mesías). Sin entrar en un debate semántico lo que se quiere señalar es más acerca de su significado que de su pronunciación, esto es: “El personaje histórico llamado Yeshúa es el Mesías esperado por los siglos».

En el siglo I la mención de esa frase definía mucho de la controversia en el lugar que se encontraba la persona, si en el de los enemigos o el de los amigos. Por la forma que esta frase ha ido perdiendo hasta hoy su esencia, podemos entender como el maligno ha ido cambiando, de a poquito, para lograr desestabilizar el bando de los amigos. Y que aquellos que serían del tercer grupo, los tergiversadores, pudieran encontrar en esta dejadez un vehículo para transmitir una ambigüedad de los hechos y de la persona de Jesús.

Sin embargo, el deber de los testigos es desenterrar todo aquello que el maligno ha venido sepultando. Ahora, a pesar de que se han señalado las características de un testigo, se debe responder a una pregunta que surge aquí: ¿Es esto suficiente?

Hay muchos que van a estar repitiendo como reproductoras de audio acerca de los hechos y la persona de Jesús sin estar completamente seguros que esto es lo correcto. Muchos pasan cursos de discipulados como DICDAC, van a seminarios y hacen doctorados, sin embargo, lo que hacen es repetir lo que otros le dicen. Combaten doctrinas y conceptos errados por el solo hecho de haber comenzado en otro bando, pero en realidad no saben por ellos mismo las bases de los hechos que defienden.

Un testigo no puede hablar sobre un hecho del cual él ha escuchado, pero no ha vivido. El texto de Hch 1:8 habla de «poder» y esto hace referencia a la repercusión de ése poder que producirá hechos reales en la vida de cualquiera. O sea, hay una unificación de la proclamación con la demostración. Por eso dice que al recibir el poder es que serían testigos. Cuando la proclamación se hace sobre la base de la demostración, entonces la proclamación adquiere poder y el evangelio alcanza un carácter expansivo e invencible.

Autor: Dr. Liber Aguiar.

[1] Is 43.10-13.
[2] Por ser un verbo medio, o sea, que recibe la influencia externa para hacerlo.
[3] Aunque no aparece en el texto en cuestión es la esencia del hecho a testificar. En una ocasión una persona que caminaba por la calle vio a un grupo de gente mirando para el cielo. Él se acercó a uno del grupo y le pregunto: Disculpe, ¿me puede decir por qué están mirando para arriba? El hombre respondió: No sé, todos estaban mirando para arriba y yo también empecé a mirar. Entonces el hombre comenzó a preguntar a todos y todos decían lo mismo, hasta llegar al primero y este le dijo: Yo no estoy mirando para arriba, es que el cuello lo tengo con problemas y por eso me paro así. Aunque es graciosa la ilustración refleja la realidad del asunto.

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